Andrés de Urdaneta y su ruta: el Tornaviaje
La noticia de esta semana, sobre Andrés de Urdaneta, bajo petición, se la dedico a mi Jorge Sauras, el piloto, antiguo compañero del instituto, con quién hace años que no contacto en persona, pero que es fiel seguidor de este blog.
Aunque no todo el mundo lo conozca, la historia de la marina de guerra española ha contado con numerosos marinos vascos, y algunos de ellos, como el personaje de la historia de esta semana, muy célebres. Andrés de Urdaneta nació en Ordizia (Guipúzcoa), a finales de 1507 o principios de 1508, contra lo que afirman sus biógrafos más antiguos, que lo hacen una década más viejo. Andrés fue un vasco natural de una pequeña población guipuzcoana formada por caseríos diseminados en un precioso valle donde una tupida alfombra verde cubre todas esas tierras. Fue un respetado cosmógrafo de enorme reputación, además de marino, vástago de una saga, mitad militar, y mitad religiosa a igual que él, a tiempo parcial, pues no era muy proclive a oficiar, ya que el volumen de sus proyectos ultramarinos no le permitía una práctica comprometida de las servidumbres inherentes a su rango castrense.
Su fama universal la alcanzó al descubrir y documentar la ruta que a través del océano Pacifico y desde Filipinas conducía hacia Acapulco a favor de la corriente, en lo que desde entonces se denominó el tornaviaje o la ruta de Urdaneta. Nunca antes ninguna expedición había llegado a México por el Gran Golfo, que era así como se le denominaba a este descomunal océano.
Ya había participado en la malhadada expedición de Loaisa de 1525 que, con una clara intención comercial, tenía como destino arribar a las estratégicas Molucas (islas de las especias) para hacerse con el control que detentaban los portugueses sobre las mismas en lo que parecía ser una aparente infracción del Tratado de Tordesillas firmado en 1494. Tanto Loaisa como Elcano se dejaron la vida en el empeño. Tres de las naves nunca cruzarían el estrecho de Magallanes al ser sorprendidas por una fortísima mar arbolada, y sólo una, la Santa María de la Victoria, alcanzaría las Molucas.
La tripulación, durante más de un año, tuvo que batirse en diferentes escaramuzas con nuestros vecinos portugueses que, sorprendidos en su molicie y distendida confianza, no daban crédito a la inesperada presencia de los marinos españoles en aquellas latitudes. De aquella expedición que partió con más de 450 hombres, y tras sufrir diversas vicisitudes, finalmente consiguieron retornar sólo 24, y en estado de inanición más que evidente. La omnipresente amenaza del escorbuto había vuelto a triunfar a pesar de haberse estibado cocos y piñas en abundancia.
Sus padres, Juan Ochoa de Urdaneta y Gracia de Cerain, pertenecían a la burguesía goierritarra. El padre fue alcalde de Villafranca en 1511, y la madre al parecer tendría relación familiar con el sector de las ferrerías, a la luz de su parentesco, según Velasco, con Legazpi, y el reconocimiento por Urdaneta de Andrés de Mirandaola como sobrino suyo. Aunque la tradición ordiziarra ubica su cuna en el caserío Oianguren, parece más lógico suponer que su casa natal se hallaba en el casco de la villa. Isasti reseña, en 1625, la existencia de una casa ‘de Urdaneta’.
Urdaneta era profundamente bilingüe: escribía en castellano lo que pensaba en euskera. Sus escritos, en un castellano trufado de léxico de otros romances vecinos, resultan a veces difíciles de entender sin recurrir al euskera, del cual traslada construcciones sintácticas y locuciones.
Recibió su bautismo de mar en la expedición de Loaysa que Carlos V envió a la Especiería (Molucas) en 1525, en la carrera que Castilla y Portugal mantenían por el dominio de aquellas islas de enorme valor económico. El responsable náutico de la expedición era el circumnavegador Elcano, que mandaba la nao Sancti Spiritus, en la que embarcó Urdaneta, en un cargo sin especificar, pero de responsabilidad.
Aunque se ha conjeturado, dada su edad, que embarcó como grumete o paje, las funciones que realizó nunca fueron tales: firmó como testigo documentos trascendentales como el testamento de Elcano, asumió pronto diversas responsabilidades y criticó, acertadamente, varias veces en su diario a su jefe directo por su gestión náutica.
La expedición, compuesta de 7 naves, zarpó el 24 de julio de 1525 de La Coruña. Tras graves vicisitudes en el estrecho de Magallanes y la pérdida de 6 naves por razones varias y de casi todos los dirigentes por enfermedad, arribó a Mindanao con una sola nave el 6 de octubre de 1526 bajo el mando de Carquizano, para posteriormente dirigirse a Molucas.
Urdaneta permaneció 9 años en estas islas, demostrando sus dotes de diplomático, estratega y observador. Allí adquirió, del fracaso de los intentos de retornar a América por el Pacífico y de su trato con navegantes asiáticos, conocimientos sobre el clima y la navegación local que resultarán cruciales para el tornaviaje de 1565.
El 22 de abril de 1528, Carlos V vendió a Portugal sus pretendidos derechos sobre las Molucas; al saberlo, varios años más tarde, los pocos castellanos que allí quedaban negociaron con los portugueses su retorno. Urdaneta partió de allí el 15 de febrero de 1535, arribando a Lisboa el 26 de junio de 1536. A su llegada, los portugueses le requisaron toda la documentación de que era portador, que incluía los derroteros de los viajes de Loaysa y Saavedra, cartas y otras memorias y escrituras.
Tras huir de Portugal por indicación del embajador español, el 26 de febrero de 1537 entregó en Valladolid un relato del viaje, hecho de memoria, que refleja sus dotes de observación, el gran conocimiento de las islas y su interés por los rendimientos de aquellas.
Por aquellas fechas se puso en contacto con él Pedro de Alvarado, para que le acompañase en una nueva expedición desde la Nueva España. Para ello zarparon de Sevilla el 16 de octubre de 1538, pero a su llegada a México quedó en suspenso por las malas relaciones de Alvarado y el virrey Mendoza. La muerte de Alvarado dejó definitivamente esta expedición en manos de Villalobos, que volvería a fracasar en el intento de tornaviaje.
Urdaneta permaneció en México ocupándose de cometidos de responsabilidad, como la investigación sobre la fracasada expedición de Cabrillo a la costa californiana en 1542. Por estas fechas escribe un relato sobre variados temas como la navegación por el Caribe, la formación de los ciclones tropicales, la reproducción de las tortugas marinas o la curación de las fiebres tropicales. En 1547 se le encomendó la organización de una armada para pacificar el Perú, pero el éxito de Lagasca hizo innecesaria la expedición.
El 20 de marzo de 1553, en México, Andrés de Urdaneta ingresó en la orden de los agustinos, muy implicados en la educación de las élites indígenas. No hay muchos datos acerca su actividad religiosa pero sí sabemos que perseveró en sus actividades náuticas, ya que participó en la fracasada expedición de Tristán de Luna y Arellano a Pensacola en 1559, y mantuvo estrechas relaciones con su posterior conquistador, Pedro Menéndez de Avilés.
El 24 de septiembre de 1559, Felipe II ordenó al virrey Luis de Velasco el envío de una expedición a las Filipinas y disponía la participación Andrés de Urdaneta como máximo experto náutico de lo que ya se proyectaba como una ruta estable. Existen controversias sobre el destino final de esta expedición, pero la documentación existente permite establecer que las pretendidas contradicciones se debían muy posiblemente a una maniobra de enmascaramiento destinada a no despertar las suspicacias portuguesas.
Felipe II sabía, puesto que fue informado de ello, que las Filipinas caían en la demarcación portuguesa según el Tratado de Tordesillas, pero también era sabedor de que en Filipinas no había portugueses.
Para consolidar el dominio de Filipinas y establecer un puente comercial con China era imprescindible, sin embargo, hallar una ruta de retorno a través de Pacífico hasta Nueva España. Cinco intentos anteriores de tornaviaje habían fracasado y Urdaneta era el hombre clave para resolver el desafío.
La expedición zarpa, al mando de Lepazpi, el 21 de noviembre de 1564 del puerto de La Navidad, en Nueva España. Siguiendo una de las tres alternativas propuestas por Andrés de Urdaneta, navegó por la ruta más ecuatorial, bien conocida porque ya la habían usado para la ida Saavedra y Villalobos.
Andrés de Urdaneta dio pruebas sobradas de la precisión de sus cálculos y su conocimiento del inmenso Pacífico. El 21 de enero de 1565 avisaba de la proximidad de la isla de Guam, avistada al día siguiente; los pilotos de la expedición creían estar ya en Filipinas, a donde no llegarían hasta el 13 de febrero.
A su llegada, exploraron diversas islas del archipiélago filipino en busca de un asentamiento definitivo. El 15 de marzo de 1565, mientras continuaban con sus exploraciones, fondearon en Bohol, por la gran cantidad de madera existente en ella, para reparar la nao San Pedro destinada a efectuar el tornaviaje.
Los informes favorables de la fragata enviada al efecto indujeron a Legazpi a elegir Cebú como emplazamiento final de los expedicionarios que permanecerían para iniciar la conquista. La flota se trasladó allí el 27 de abril y Urdaneta fue el primero en ir a tierra para negociar con los nativos por sus conocimientos lingüísticos (al parecer, hablaba fluidamente el malayo, lengua de relación en buena parte del Sudeste asiático, además de tener conocimientos de varias lenguas locales más).
Establecido el asentamiento definitivo en Filipinas, sólo restaba descubrir la ruta que permitiera la conexión estable con la Nueva España.
En noviembre de 1564, Andrés de Urdaneta era, de lejos, la mayor autoridad y la apuesta más seria que podía hacer Felipe II para hacerse valer ante los lusos que acaparaban el mercado de especias de forma casi monopólica. Tres expediciones anteriores habían fracasado. Los preparativos se desarrollaron con una discreción inusual para no alertar ni soliviantar a los portugueses. La peculiar y humilde conducta de Urdaneta lo confinaría a un olvido elegido casi de forma propia.
En aquella época la previsión de Andrés de Urdaneta de estibar cocos en abundancia permitió rebajar la mortalidad por escorbuto a tan solo un diez por ciento, cuando lo normal era que en estas travesías de larga duración perecieran como mínimo la mitad de cualquier tripulación en una estimación optimista. Algo más de cuatro meses de retorno le llevaría surcar aquella inmensidad azul.
Después de haber navegado más de 7000 millas, arribaría finalmente al puerto de partida en la costa oeste mexicana y la noticia del descubrimiento de la nueva ruta transoceánica correría como un reguero de pólvora entre la marinería de la época. Urdaneta dejaría una huella indeleble en los anales de la historia de la navegación. La confianza depositada en él había dado grandes beneficios a la corona, pues el volumen comercial entre China, India y España llegó a crecer de forma exponencial. Pero el afán de Urdaneta por pasar desapercibido con su peculiar y humilde conducta, lo confinaría a un olvido elegido por él mismo.
Después de informar personalmente a Felipe II de su descubrimiento, Andrés de Urdaneta regresaría a México y a la austeridad de sus hábitos. Dejaría su cuerpo para iniciar el gran viaje el 3 de junio de 1568 a la edad de 60 años. A pesar de su gran hazaña, murió olvidado quedando arrinconado en el silencio de la historia como uno de los exploradores más desconocidos de su tiempo.
Las crónicas prestigiaban más al conquistador de a pie que a las gentes de mar durante la época del Descubrimiento. Desde los puentes de sus naos y carabelas, marinos y pilotos como Colón, Legazpi, Urdaneta, Elcano y Magallanes guiaron a otros grandes hacia nuevas tierras. Finalmente, aunque igual un poco tarde, ese reconocimiento apareció, tal como lo demuestran monumentos y sellos (y no sólo de nuestro país).

Y las características del viaje?
Es una entrada muy antigua Fabiana. No tenemos más información¡
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