Catalina de Erauso, la Monja Alférez que embarcó para las Américas en un Galeón
La noticia de la semana se la dedico a José Manuel Sánchez Pedros, persona que me dio a conocer el personaje de esta semana. Y supongo que más de uno ya se estará preguntando, ¿y quién fue la monja alférez? Pues Catalina de Erauso (1585-1650), popularmente conocida como la Monja Alférez, fue y es uno de los personajes más legendarios y controvertidos de nuestra historia. Durante casi 400 años, el mito de la prodigiosa Monja Alférez ha permanecido vivo a través de estudios históricos, relatos biográficos, novelas, obras de teatro, películas, retratos y comics.
La extraordinaria historia de Catalina de Erauso es muy conocida. Siendo una joven novicia, escapa del convento, donde la habían internado sus padres siendo una niña, para buscar aventuras en el Nuevo Mundo. Para poder realizar sus hazañas, se viste de hombre y vive como tal durante casi veinte años. Erauso comparte rasgos de la identidad de hombre, pero unidos a los de soldado temerario y aventurero.
Lucha contra los indios araucanos, asumiendo así el papel de cruel y sanguinario conquistador, y consigue el título de alférez. Se bate en duelos en múltiples ocasiones, pero gracias a sus dotes de buen espadachín consigue siempre salvar su vida. Cuando por fin se descubre su identidad, recibe del rey Felipe IV una pensión militar por su heroísmo y del Papa Urbano VIII una dispensación y permiso eclesiástico para vestir como hombre el resto de su vida.
No era tan raro en 1596 que una niña de cuatro años fuese enclaustrada. Internaron a Catalina en el convento de San Sebastián el Antiguo, donde su tía era priora. No llegó a profesar de religiosa por la misma razón que rigió toda su vida: una pelea. «Ella era robusta y yo muchacha, me maltrató de mano y yo lo sentí», escribe en sus memorias para justificarse, pero la verdad es que Catalina o Pedro de Orive o Francisco de Loyola o Alonso Díaz Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso, que todas estas fueron sus identidades, no hizo otra cosa que reñir. La mayoría de lo que nos cuenta en sus memorias parece ser real. Las escribió en 1625, antes de embarcarse por segunda vez hacia América, donde murió. Según ella misma, la biografía romántica que le dedicó el escritor inglés Thomas de Quincey (1854) y los historiadores, Catalina no paró de meterse en líos. Salía de ellos por suerte, azar o fuerza, pero su carácter arrogante la volvía a meter en los mismos.
Catalina de Erauso, la monja alférez nació en la villa de San Sebastián de Guipuzcoa, en 1585, en el matrimonio del capitán Miguel de Erauso y María Pérez de Galarraga y Arce, naturales y vecinos de la misma población. A la corta edad de 4 años fue internada en el convento dominico de San Sebastián el Antiguo, de la dicha villa -tal como sucedió con sus tres hermanas: María Juana, Isabel y Jacinta, quienes permanecieron en él hasta su muerte-; una reyerta que sostuvo con la monja profesa Catalina de Aliri la motivó a huir del convento la noche del 18 de marzo de 1600, siendo aún novicia y faltándole poco tiempo para profesar; en los meses siguientes estuvo en las poblaciones de Vitoria, Valladolid, Bilbao y Estella, ciudad esta última de donde volvió a San Sebastián, su patria, a los tres años cumplidos de su fuga; en todo este tiempo desempeñó oficios varoniles, oculta bajo el nombre de Francisco Loyola; poco después salió para Sanlúcar de Barrameda, en donde se enlistó como grumete en un barco que partía para América, del que era capitán Esteban Eguiño, “tio mio, primo hermano de mi madre, que vive hoy en San Sebastian, y embárqueme, y partimos de San Lucar lunes santo, año de 1603.” (Historia de la Monja Alférez, 1829, p. 10).
Su primer destino en el Nuevo Mundo es Araya, en Venezuela, de donde se dirige a Cartagena de Indias, ciudad en la que permanece por ocho días, al servicio del mencionado capitán Eguiño; de allí pasa a Nombre de Dios, en Panamá. Cuando la armada está ya cargada con la plata de las minas americanas, y a una hora escasa de volver a la Península, la Erauso le roba 500 pesos a Eguiño y baja a tierra; permanece en Panamá algunos meses, mientras gasta el dinero, después de lo cual se emplea con un mercader de Trujillo, en el Perú; en esta ciudad mata en duelo a un hombre, por lo que se ve obligada a ubicarse en Lima; meses después se enrola como soldado en una compañía que parte para Concepción, en Chile.
Por una circunstancia extraordinaria fue separada del resto de los hombres apenas al llegar al país austral: fue ella que su hermano Miguel, quien se había embarcado para América en 1587, se encontraba de secretario del Gobernador Alonso de Ribera; al enterarse del lugar de procedencia de Catalina -la cual, conveniente es advertirlo, jamás reveló ni su sexo ni su verdadera identidad al hermano-, intercedió para que fuera asignada a su propia compañía, en la que estuvo durante casi tres años.
En sucesivos encuentros con los indios araucanos dio muestras de su valor temerario, al punto de alcanzar con honores el grado de Alférez, por el que es más conocida; pero en una pendencia de juego -al que fue muy aficionada, y que le ocasionó innumerables conflictos- mató a otros dos hombres; como en varias ocasiones similares pasadas y futuras, también pudo evadir la acción de la justicia en tal oportunidad al acogerse al resguardo sagrado de un templo (el de San Francisco en este caso).
Meses después, en una incursión nocturna, se enfrenta en duelo con un desconocido a quien mata, el cual resultó ser nadie menos que su propio hermano Miguel. Dolida, pero no reformada, parte errante hacia Tucumán, Potosí, la Plata, Charcas, Piscobamba, nuevamente la Plata, Cochabamba, la Paz, el Cuzco, Lima, el Callao, Guamanga y Huancavélica, en algunas ocasiones víctima de bribonadas y trapisondas, pero las más de las veces como ejecutora o propiciatoria de las mismas. En este vagabundaje utilizó los nombres de Pedro de Orive y Alonso Díaz Ramírez de Guzmán.
Sus continuas fechorías y su carácter pendenciero facilitaron el cerco de las autoridades. Vuelta a Guamanga y ya a punto de apresarse, encuentra el amparo del suave Obispo fray Agustín de Carvajal, quien logra de la Monja Alférez la más completa confesión de sus secretos; admirado de tan increíble historia, hace el Obispo que Catalina sea examinada. Cinco meses después, luego de haber socorrido y aconsejado de muchas maneras a Catalina de Erauso, murió el Obispo Carvajal.
Conocido el insuceso en Lima, el Arzobispo de la ciudad, Bartolomé Lobo Guerrero, ordenó el traslado hacia allí de la Monja Alférez, donde fue recibida y agasajada también por el Virrey Francisco de Borja; durante casi los dos años y medio siguientes vivió en el Convento de la Santísima Trinidad de la capital peruana, hasta cuando llegó prohibición de España para continuar en él, por no ser Catalina monja profesa. Decidido su retorno a la Península, se embarca -otra vez en traje de civil- en la armada del General Tomás de Larraspuru, que llega a Cádiz el 1 de noviembre de 1624; durante el trayecto participó en otro lance de cuchillo, por rivalidades originadas en el juego.
Durante años estuvo prácticamente olvidada la historia de tan singular mujer, hasta que el romanticismo descubrió un filón temático en la publicación de Joaquín María de Ferrer (Historia de la Monja Alferez, doña Catalina de Erauso, escrita por ella misma, e ilustrada con notas y documentos, por D. Joaquin Maria de Ferrer, Paris, en la imprenta de Julio Didot, 1829); se reimprimió en Barcelona, Tauló, 1838; la sacó nuevamente a luz José María de Heredia, en Madrid, Tipográfica Renovación, 1918; hay también dos ediciones recientes: una, debida a Virgilio Ortega, apareció en Barcelona, Orbis, 1984; la otra, bajo la responsabilidad de Jesús Munárriz, es de Madrid, Hiperión, 1986; todas estas reimpresiones castellanas llevan el título de Historia de la Monja Alférez; otra más, con nueva documentación, sacó José Berruezo en San Sebastián, Caja de Ahorros Municipal, 1975, con el título Catalina de Erauso, La Monja Alférez.
Existen también, como es de suponer, varias versiones novelescas, que se basan en algunos datos históricos, pero en las que predomina la libre y arbitraria imaginación del autor; entre ellas están la del periodista chileno Raul Morales Álvarez (La Monja Alférez, Santiago de Chile, Ed. Ercilla, 1938); la de Joaquín Rodríguez Durán (Mujeres de todos los tiempos, Buenos Aires, 1940); la de Blanca Ruiz de Dampierre (La Monja Alférez, Madrid, Ed. Hesperia, s.a., 1943); la de Luis de Castresana (Catalina de Erauso, la Monja Alférez, Madrid, Afrodisio Aguado, 1968); la de María del Carmen Ochoa (La Monja Alférez, Madrid, García del Toro, 1970) y la de Armonía Rodríguez (De monja a militar, Barcelona, La Gaya Ciencia, 1975).
Las adaptaciones teatrales son contemporáneas de la protagonista, pues Juan Pérez de Montalbán publicó la suya hacia 1626; Joaquín María de Ferrer reimprimió esta obra como último apéndice a su Historia de 1829; en tirada aparte apareció en Barcelona, Imp. Manuel Saurí, 1839. Carlos Coello y Pacheco es autor de otra versión, titulada La Monja Alférez. Zarzuela histórica (Madrid, Imprenta de T. Fortanet, 1875); la más reciente es de Domingo Miras (La Monja Alférez. Murcia: Secretariado de Publicaciones y Servicio de Actividades Culturales de la Universidad de Murcia, 1992).
La increíble historia de esta monja travestida es una de las muchas que el escritor José Luis Hernández Garvi narra en «Adonde quiera que te lleve la suerte» (Edaf, 2014), un libro en el que ha rescatado del olvido las vidas de aquellas mujeres que, rompiendo moldes, se embarcaron hacia un mundo desconocido en el que tuvieron que hacer frente a cientos de peligros. «Las mujeres tienen mucha más relevancia en la historia de la conquista de América de la que se les ha atribuido hasta ahora. Su actuación fue fundamental. Ellas llevaron la cultura que tenían en la Península al nuevo mundo y se la transmitieron a los indígenas y, además, combatieron junto a grandes conquistadores», explica el autor en declaraciones a ABC.
Con todo, y según explica Hernández Garvi a ABC, hoy en día no existen datos que determinen pormenorizadamente cómo era su disfraz y cómo pudo con él convencer a todo aquel que conocía. «No hay ninguna referencia, ni suya ni de otros cronistas, que explique cómo era su disfraz y cómo lograba hacerse pasar por hombre. Pero debía ser bueno, porque nunca la descubrió nadie. Personalmente considero que pudo pasar desapercibida, entre otras cosas, debido a que los ropajes de la época eran muy holgados y podían esconder las formas femeninas, si alguna vez las tuvo», destaca el autor de «Adonde quiera que te lleve la suerte» (Edaf, 2014).
¿Cuál fue la razón que llevó a Catalina de Erauso a continuar disfrazada? Es difícil saberlo, aunque Hernández Garvi explica una de las múltiples causas que, según considera, pudieron influir en la joven: «Personalmente creo que no hay duda de que era lesbiana. Esto, para la sociedad española de entonces era algo impensable, así que no sería de extrañar que rompiera por ello todos sus lazos con España y viajara al nuevo mundo. Se marchó con apenas 15 años». Fuera como fuese, Catalina de Erauso pisó tierra americana tras un duro viaje y, una vez en puerto, escapó del buque sin que nadie se percatara. Desde allí partió hasta Saña (Perú), donde entró trabajar como dependienta de una tienda de ultramarinos. No era su trabajo soñado, pero le serviría para ganar algo de dinero.
Licenciada con deshonor a pesar de su heroico historial, Catalina de Erauso se dio a partir de ese momento a la mala vida y se convirtió en el típico bravucón de taberna ávido de poner su espada al servicio de quien fuera con tal de ganar unas pocas monedas que gastar en vino y cerveza. Sin un objetivo en la vida, y todavía como hombre vagó por Latinoamérica siendo apresada en varias ocasiones por reyertas relacionadas con partidas de cartas y dados. Su mala vida provocó que fuera condenada a muerte en dos ocasiones.
En la primera, iba a ser ejecutada en la horca por haber asesinado a un compañero de cartas cuando unos individuos testificaron en su favor. Se liberó. La segunda es mucho más curiosa pues, cuando estaba comulgando en la iglesia, Catalina decidió sacarse desafiante la hostia consagrada de la boca y ponérsela en su mano, algo que se consideró herético. «Las autoridades eclesiásticas vieron ese hecho como algo sacrílego que había que castigar. También era una época en la que, a veces, se confundía religión con superstición y temor a Dios», completa el autor. Por suerte, pudo escapar en el último momento de la pena máxima con la ayuda de un sacerdote.
Finalmente, su secreto se descubre. Acosada por la justicia, fue finalmente atrapada por las autoridades en Huamanga (Perú) y llevada ante el obispo Agustín de Carvajal para que, por las buenas o las malas (más bien las segundas) obtuviera de ella una confesión. Una vez en su presencia, y no se sabe si por miedo o por necesidad, Catalina de Erauso terminó revelando su gran secreto al clérigo: era una mujer. «En principio, Carvajal no la creyó, mandó a dos matronas que la examinaran para cerciorarse de que era una mujer y se llevó una gran sorpresa cuando le dijeron no sólo que no era un hombre, sino que además era virgen», añade Hernández Garvi.
¿Cuál fue la reacción del obispo? La más increíble que se pueda imaginar. Sorprendido por la historia de aquella monja que había escondido su feminidad durante años y años, se olvidó de los «pecadillos» de Catalina y dio a conocer su sorprendente historia a la población. A su vez, determinó que la mujer debía acabar su vida en un convento, siguiendo lo que sus padres habían querido cuando apenas contaba cuatro años. A las pocas lunas, pueblos y ciudades de toda España conocían la increíble historia de la «Monja alférez» (como empezó a ser conocida).
A partir de ese momento la antigua novicia se hizo una «celebritiy» local a la que todas las autoridades querían conocer. «Se convirtió en un personaje mediático. Fue recibida por el Papa y por reyes. Viajó por toda Europa. Los nobles de la época hacían cola para poder conocerla, la gente en los pueblos se echaba a la calle para verla. En aquella época los cronistas (que eran los que comentaban las noticias para un mecenas) dejaron patente lo que había sucedido con Catalina de Erauso escribiéndolo en sus boletines», completa el escritor.
Y en su final, murió en tierras americanas en una fecha indeterminada y por causas desconocidas. «Existen varias teorías sobre su muerte y sobre donde está enterrado su cuerpo. Algunas teorías cuentan que murió mientras cruzaba un río, otras apuntan a que sufrió un accidente llevando una caravana de mulos e, incluso, algunas abren la posibilidad de que alguien la hubiera atacado para robar la mercancía que llevaba durante un viaje. Ni está confirmado el año de su muerte, ni cómo se produjo, ni donde fue enterrada. Es el último misterio de la vida de esta mujer», finaliza Garvi.
¡Y con su monumento en Veracruz (México) me despido hasta la semana que viene!