El ritual de la comida y la bebida en las embarcaciones de recreo
La noticia de esta semana se la dedico a un autor anónimo, cuya pareja me hizo llegar su historia ya hace mucho tiempo, y a quien le ha llegado su momento esta semana: la comida y la bebida en las embarcaciones de recreo, además de ser el principal acto del día en lo que a nutrición se refiere, es el principal momento social de a bordo. Siempre que sea posible, este momento, debe de revestirse de la mayor solemnidad.
La uniformidad de la mesa y la tripulación debe de ser de lo más cuidada, procurando mantener el ambiente lo más selecto, eligiendo bien todos los detalles. Se debe cuidar en todo lo posible la vajilla, cubertería y cristalería de a bordo, es la base de una buena mesa y un buen bar. Ya sé que en un barco es muy difícil de encontrar espacio, pero también es cierto que solo pasamos navegando el 10% del tiempo que estamos a bordo y a lo que nos dedicamos nosotros, es a la navegación de placer, para sufrir ya están los regatistas y sufro navegantes empeñados en dar continuamente la vuelta al polo sur por el paralelo 60. Lo nuestro es otro estilo, venimos al mar a gozar de los sentidos y a encontrar la paz del alma.
No se debe uno sentar a la mesa con el vaso del aperitivo sin terminar en la mano, ni hacerlo inmediatamente, siempre debe de haber un impasse en el que se hablará del tiempo (en general y distendido, se prohibe mencionar el parte).
Para empezar generalmente la comida y la bebida en las embarcaciones de recreo suele ser un buen plato de ensalada, plato preferido por las damas, para acompañarla nada mejor que un buen vino blanco o una cerveza ligera, recomiendo mejor el vino dado que la cerveza sentada tiende a dar sensación de estómago lleno y eso sí que no a la hora de comer. Da bastante buen tono el vino blanco en el cubo homologado, lo que pasa es que las mesas de bañera se han hecho pensando en comida china, podéis colgar el cubo de la botavara con su rabiza, así estará a mano y dará menos el cante. El vino blanco empalmará perfectamente con el pescado o marisco.
Luego con la carne sugiero un tinto de cuerpo, un Ribera del Duero estaría perfecto, algunos tintos de Burdeos y California se pueden beber, pero resultan prohibitivos por su precio. Las copas similares, siendo de mayor tamaño la del tinto. Sírvase siguiendo el orden social, nunca primero a uno mismo, aunque los demás vasos estén llenos. No llenar los vasos en demasía, eso es de tabernas, el nivel máximo de las copas es aproximadamente su mitad.
Después de la comida y la bebida en los buques de recreo, llegamos a los postres (los elegantes pasaran directamente al café). Se sacará el café y los licores a la vez. Para los licores necesitaremos una buena cubitera isotérmica y algunos vasos bajos. Las botellas deben de estar al alcance de la tripu, haciendo el armador la vista gorda si alguno de sus miembros aprecia en exceso, algún rico caldo. Aquí, en la tertulia subsiguiente a la comida, se relajará el protocolo, permitiéndose a cada uno servirse a su gusto, incluso cogiendo el hielo de la cubitera con la mano.
Para el armador, aunque no le guste, recomiendo el Napoleón o el Cardhu, en copa tipo balón, esta copa es personal y nadie más debe de usarla en ningún caso. Mientras deja caer la ceniza del puro sobre su prominente barriga, oscilará el contenido de la copa en movimientos circulares, dando la impresión de estar muy atento a la conversación y procurando no traslucir que se está quedando «groggy».
El navegante, maldiciendo interiormente su amor por la Fanta y haciéndose el hombre, pedirá algo sofisticado y que por supuesto no haya abordo, como un Amaretto, un Chartreuse, o algún licor de alcachofa. Con cara de apenado por no disponer de unas bebidas que ni siquiera ha visto en su vida, tomará un Anís del Mono a pequeños sorbitos. En la mitad de la copa, le añadirá hielo, suscitando las miradas asesinas del resto de la tripulación.
El caña o timonel, cuyo paladar está estropeado y adormecido por el agua salada y las tormentas, no soltará el vaso en toda la tertulia, manteniendo cerca, la botella de Jack Daniel´s, excelente whiskey de Tennesy, de la que se servirá pequeñas dosis constantemente. Por supuesto, no añade hielo y su copa permanece inmóvil, aunque nos aborde un mercante con bandera panameña.
El velero o trimmer, pasará un buen rato seleccionando el vaso y los hielos hasta encontrar los de tamaño exacto. Por supuesto, todos los existentes a bordo y en la mesa, tienen el mismo tamaño, pero sus compañeros condescienden con sus pequeñas rarezas. Al final y después de mucho meditar rascándose los cuatro pelillos de su incipiente y escasa barba, pedirá J&B si hay Ballantines y viceversa. Luego, insistirá varias veces en que esto no le importa, aunque no le pregunte nadie. Lo tomará con mucho hielo que removerá constante e inconscientemente, con el índice derecho, hasta que compruebe con cara de sorpresa que el dedo, se le ha quedado helado e insensible.
En este momento (y que nadie me tome de machista, se trata de pasar un rato gracioso) ya deberían de ir apareciendo las damas por cubierta, aparecerán con las manos húmedas, haciendo alardes de la gran tarea efectuada y saludándonos con frases del estilo de: una toda la vida echa una esclava, para esto me podía haber quedado en casa o me paso el día fregando. El personal masculino, con la experiencia desarrollada en cientos de singladuras, hará como si oyese llover. Mencionar quien ha hecho la comida, pescado la misma, o traído el barco al hombro desde el astillero, no servirá más que para encrespar los ánimos y estropear el ambiente, mejor absteneros fijando la vista pacientemente en el horizonte, buscando las luces de un vapor.
A nuestros solícitos ofrecimientos de copas o cafés responderán con un no sé, espera un poco que lo piense, o no sé qué me apetece ahora, para acabar tomándose el café que quedaba ya frío en la cafetera. Por supuesto con mucha leche (también fría) y diciendo por enésima vez que hay que acordarse de comprar sacarina (aunque esto últimamente también le pasa algún hombre). Acto seguido encenderá cada una su cigarrillo de diferente marca (por supuesto ligth y bajo en todo), cogiendo aire, para hablar con todas a la vez durante las siguientes tres horas.
La calaña de proa, o mano de obra sin especializar, lastre móvil, al fin y al cabo, insistirá en mezclar el mejor Rioja o Ribera con Coca-Cola. Por supuesto, la escopeta Mossberg inoxidable, que guardamos para la navegación por las costas marroquíes, nos servirá de excelente razonamiento para poner las cosas en su sitio. Después, se beberán el Patxaran, luego el Anís del Mono, el Cousenier de las damas, el Chartreuse del cocinero y la patente de la sentina. Al final se expulsarán con violencia de la bañera y volverán beodos, donde nunca deberían haber salido, ¡a la proa!
Toda buena comida y la bebida en las embarcaciones de recreo debe de rematarse con la tradicional costumbre española de echar la siesta. Los proas, hace rato que roncan y emiten toda una serie de ruidos desagradables en sus lares. Las damas se han apropiado de los mejores sitios en la bañera y con su parloteo no dejan intervenir en la conversación y esta ha ido languideciendo con el caer de la tarde. El armador, verá que es el mejor momento de disculparse y con cualquier excusa estúpida, se retirará al interior de la cabina, donde tapando su adorable barriguita, con un cojín, se dejará caer en el sofá, con la satisfacción del deber cumplido y la tripulación bien comida y bebida, caerá en los brazos de Morfeo, sonriendo beatíficamente, soñando con mares tropicales y dulces brisas.
El resto de la dotación irá cayendo en los sitios y posturas más inverosímiles quedándose inmediatamente fritos. Da gusto ver las tranquilas y serenas caras de la tripulación viendo reflejarse en su semblante las imágenes de míticos delfines y marlines, las cantarinas sirenas de Ulises o los soleados atolones del Pacifico.
Este momento será mágico y sagrado, durará como siempre, el breve espacio de tiempo, hasta que algún respetable profesional de mar decida pasar rascándonos la amura, con su apestoso, ruidoso y horrible barco. Como es de rigor en estos zulúes, su barco infernal, arrastrará tanta agua, que derribará vasos tazas, copas y dormidos navegantes.
Tras esto, el profesional se alejará con una malsana sonrisa en la boca, dejando tras de sí una estela de aceite que ha achicado de la sentina, los plásticos con que había envuelto el almuerzo y una docena de peces muertos sacados de su red. El otrora límpido mar donde estábamos bañándonos, además de quedar hecho una basura, se convierte en festín de pájaros carroñeros, que irán dejando caer sobre nuestras camisetas- recuerdo de la última Fasnet, misiles repugnantes.
Como veréis, la sabiduría popular y la voluntad del pueblo, os han hecho descender de la nube a la que estabais subidos. El mundo está aquí y no es tan bello. Despertar y recordar que esto es un valle de lágrimas y cumplir con vuestra condena, pecadores.
¡Hasta dentro de dos semanas!