HMS Namur el buque de guerra que acabó en el sótano de un restaurante
Aprovecho estos días de veraneo por la Mata (Torrevieja, Alicante) para enviar un saludo a toda la secretaría, gerencia y grupo de colaboradores de Exponav, que seguramente se encuentren a una temperatura inferior a la mía. Aunque me pedían una postal tradicional, esta iba a llegar detrás de mí, por lo que recurro a esta modalidad. Mi estancia por esta zona me ha servido para conocer una nueva celebración de la virgen marinera del Carmen, con su respectiva procesión y traca de cohetes. Pero la noticia de esta semana no versará ni sobre vírgenes, ni sobre cristos, sino que hablaré sobre el buque HMS Namur.
La noticia de esta semana la he descubierto gracias al colaborador de Exponav Francisco Prieto, que me dio a conocer la existencia del blog de arqueología naval de ABC, y en cuyo blog Espejo de los navegantes fue publicada por Javier Noriega este año la noticia en cuestión. Tengo que reconocer que el título de esta noticia, a mi fiel estilo buque volador, enseguida atrajo mi curiosidad. Una vez que ha sido algo modificada y resumida, os la cuento:
En 1995 una excavación arqueológica, en Chatham (al Este de Londres, en la costa, junto a unos antiguos astilleros), realizó un importante descubrimiento para la arqueología. El hallazgo se encontraba en las propias entrañas de un edificio, y concreto en su propia estructura. En uno de los suelos de sus plantas, y escondido tras otra superior, se descubrieron 167 maderas. Maderos toscos y gruesos, que parecían pertenecer a un buque de guerra. Esas robustas vigas tenían olor a salitre y a pasado.
Formaban parte del esqueleto de toda una nave del mar. En esa ocasión, aquellas maderas terminaron renaciendo en forma de almacén. Gran parte de los grandes buques de la armada británica que forjaron el Imperio se construyeron en Chatham, y anteriormente en astilleros como en el de Depford. Y resulta que, en uno de sus edificios, y escondido bajo el suelo, uno encontró su destino final tras largos años de servicio.
Existen países que han encontrado sus barcos más representativos bajo aguas heladas, o en el olvido de las dársenas de antiguos puertos centenarios, como fue el caso del Waasa. Otros, tuvieron que encontrar de manera fortuita restos de pecios romanos, arrastrados por las redes de pesqueros de bajura en las costas del Adriático o del Mediterráneo. Incluso otros pecios se localizaron tras mucho estudio utilizando aparatos de última tecnología para localizar el casco de naves que se pensaban naufragadas.
Pues aún con todo eso, la historia y la ocupación del ser humano de los espacios, nos permite encontrarnos casos como este, el de la localización de los restos de una nave de la Royal Navy en los sótanos de un almacén de un antiguo muelle. La gente de la época, lejos de levantar la estructura del edificio rápidamente y cambiarla por otras maderas, quizás más resistentes pero carentes de historia, preservaron estas maderas, encontrando en su interior, otro de los barcos célebres de la historia.
La Royal Navy dominó el arte de reciclar mucho antes de que estuviera de moda. Pero eso es otra historia, y debemos centrarnos en la del astillero de Chatham. Lo primero que habría que hacer, es sencillamente visitar aquellos viejos almacenes. Allí nos podemos encontrar otra historia marítima, en una cultura en donde en cualquier rincón es posible evocar a un marino, a una gesta, un rumbo o una derrota.
Todo esto se descubrió, y nos lo cuentan magistralmente en Current archelogy, Alex Patterson y Matthew Symonds. El caso es que, cuando el piso de la tienda Wheelwrights en Chatham Historic Dockyard se levantó para mantenimiento en 1995, parece, tal y como nos cuentan, que los operarios se encontraron con una grata sorpresa. Ante ellos iban apareciendo diferentes partes de un barco, pero de una manera muy curiosa. Ocultos bajo las capas del suelo, emergían los restos de una cuarta parte de la estructura de un buque. Aquello serían en principio tan solo suposiciones. Como suele ocurrir en estos casos, siempre llama la atención a un operario que trabaja en las tareas de desescombro de la planta de un edificio, la aparición de restos que parecen ser antiguos. De ahí, que se llamara a un especialista para saber de qué podía tratarse. Siglos atrás aquel edificio se encontraba inmerso en plena ebullición de los astilleros de naves de guerra.
El descubrimiento era notable. Pero ¿Por qué estaban allí? Aquella era una zona industrial de construcción naval. La arqueología nos ofrece una serie de datos sobre este singular almacén. Las conclusiones de los sondeos arqueológicos realizados son rotundas, establecen que las partes de la nave dentro de la tienda de Wheelwrights no pertenecían a su fase inicial. En su lugar, se parte de una importante remodelación, fechada por la investigación en archivos. Los legajos archivísticos nos dan una fecha, 1834. Un elemento clave de esta mejora fue la instalación de unos cimientos sólidos. Se ve que pensaron que, para afianzar el edificio, nunca nada mejor que los restos de un barco de guerra. Maderas robustas para un edificio que las necesitaba.
En vista de ello, la utilización de las maderas de la nave para crear el interior de la estructura de un edificio era un enfoque práctico para el reciclaje de un buque fuera de servicio. Enormes vigas de roble se insertaron cuidadosamente en la cavidad del piso del edificio en su base de ladrillo. A pesar de convertirse en una parte integral de los almacenes, estas maderas conservaban huellas claras de su función original, cuando se fabricaron para servir como nave de mar y de guerra.
Pisar y sentir la cálida madera que ha surcado los mares del mundo, le otorgaba gran solera al almacén. Las ranuras donde se encajaban otras piezas en su lugar, e incluso los rastros de la pintura original, muestran que estas vigas de la cubierta se reutilizaron en la posición correcta. Enclavada en la parte superior de ellos había una capa de tablones de gran espesor que servía como de nuevo piso.
Teniendo en cuenta que el buque bajo el piso podría haber sido un buque de guerra importante, averiguar el nombre de este antiguo barco se convirtió en una posibilidad tentadora. Era todo un reto, y por otro lado era lo normal. Una vez que se localizan unos restos antiguos de interés histórico, la labor del investigador es conocer el porqué y el para qué de los mismos, y por supuesto el cómo y dónde.
Por lo que lo más normal era preguntarse a qué barco pertenecerían aquellas maderas. Normalmente, en esto de la arqueología submarina, localizar el nombre del naufragio en los archivos, cuando se desconoce su paradero, es algo usual. Al igual que otorgar título al naufragio a partir de los restos del hundimiento. Pero lo que ya es realmente inusual, es de manera precisa la historia que nos encontramos en el almacén del dique viejo de Chatham. De nuevo la mar nos proporcionaba una historia curiosa que contar.
Y no hacía falta ni sumergirse a en las profundidades marinas, ni adentrarse en sedimentos de tierra. Había que hacer arqueología estudiando los restos de las maderas, haciendo catas en sus estructuras, centrándose en sus pinturas, en sus cierres, en sus cimientos. También era posible vislumbrar el paso del tiempo, las edades de cada una de las partes dispuestas oportunamente. Tras diferenciar o intentar diferenciar, cada una de las partes de la antigua nave, que ahora se configuraba como planta de un edificio, cabría preguntarse otras de las preguntas claves de todo esto.
¿El por qué?, ¿qué podría haber hecho el barco para merecer este trato excepcional? Después de más de una década y media de trabajo de investigación arqueológico por organismos como el Instituto de Estudios Marítimos de Oxford, y el departamento de Arqueología de la universidad de San Andrews (en donde se observa claramente la huella del profesor Colin Martin), gracias a sus indagaciones, desde la universidad; parece que esta pregunta se puede responder finalmente. Aquel aparente misterio, comenzaba a desentrañarse.
Para eso los investigadores, comenzaron a analizar los detalles de las maderas de las naves. Se fijaron detenidamente en las letras y números anotados en cada uno de sus extremos. Parece que proporcionaban una guía de cómo encajaban juntos. A efectos de la arquitectura naval, aquello podría tener importantes consecuencias para la ciencia. En definitiva, se trababa literalmente, de toda una desconstrucción. De hecho, estaban desmontando una nave. Aquello era deshacer su estructura original, y ver como se encontraban las maderas en el momento de ensamblarse en el momento de construir la nave.
Aparecían ante ellos los listones en su forma original. Eso sí, de piezas ya gastadas de un gigantesco rompecabezas. Una viga de la cubierta, por ejemplo, se califica IIIXX S, lo que indica que era la madera 23 en el costado de estribor de la embarcación. Otras maderas, marcadas L se ponían en el lado opuesto, el lado de babor. Un estudio cuidadoso de ambas marcas y la gama de maderas presentes reveló que no sólo eran parte de una sola nave, sino que también representaban una porción continua de esa nave. Esto indicaba ya una cuestión fundamental. Las piezas se trajeron al lugar inmediatamente después de haber sido despojadas de la embarcación. Aquello podía ser normal en el entorno de un astillero, en el cual nacen y mueren, cientos de naves al cabo de la vida útil de lo que consideramos una nave de guerra.

Ante esto los historiadores buscaron un barco de segunda o de tercera categoría de la línea construidos entre 1750 y 1775. Habían estrechado la franja temporal de investigación. A la ciencia le llevó unos 17 años el identificar de manera concluyente el descubrimiento. Y parece que sólo existía un barco que se adaptaba a todas esas pistas.
Parece que se trababa del HMS Namur, un barco de segunda categoría. Una poderosa nave de 90 cañones, que fue testigo directo de una cantidad extraordinaria de acciones de guerra. Entre su botadura en 1756 y su desmantelamiento en 1833, la nave de guerra sirvió fielmente para el cometido para el que se construyó. Y murió como el que dice, en cama, en el astillero que la vio nacer.
Y ahora un restaurante tiene previsto abrir en el lugar. Aún es posible que se escuche un brindis con brandy. Un eco del pasado. Porque quizás sobre aquellas maderas sustentaban los sueños y las ambiciones de un capitán de mar y de guerra. Uno que alzó bien alto su copa en aguas de Gibraltar, de San Vicente o cercanas a Trafalgar.